El tiempo no es un río. Es una garra.
No fluye: arrastra. Desgasta. Muerde.
No da tregua ni avisa. Te levantas con veinte años y parpadeas, y ya no sabes quién demonios eres.
Te ves al espejo y la cara sigue siendo tuya, pero hay algo que ya no responde. Algo se perdió entre lunes y lunes.
La vida, esa broma lenta, te enseña a respirar y luego te enseña a aguantar la respiración mientras todo se hunde.
No hay paz. Sólo pausas.
No hay alivio. Sólo rutinas.
Te enseñan a sonreír por fuera mientras por dentro se desmorona algo que ni siquiera sabes nombrar.
El tiempo te deja viendo cadáveres vivos.
Amigos que ya no son, padres que envejecen sin pedir permiso, amores que se borran como tinta barata.
Y tú ahí, sin saber si estás viviendo o solo repitiendo los pasos de alguien que ya murió por dentro.
Lo peor no es la muerte. Es la espera.
El saber que todo lo que amas va a desaparecer, lentamente, sin dramatismo, como si fuera normal.
Y aún así sigues.
Como si tuviera sentido.
Como si doler fuera parte del trato.
El tiempo es el asesino más elegante, ese que no usa cuchillos ni sangre. Te mata despacio, con rutinas, con cumpleaños vacíos, con la misma calle todos los días.
No hay explosión. Hay desgaste.
Un goteo interminable que va pudriendo lo que eras.
Te roba sin que lo notes: la risa, la energía, las ganas.
Y un día despiertas y no reconoces tu voz.
Ya no sueñas, sobrevives.
Ya no esperas, soportas.
La vida se volvió una fila interminable hacia nada.
Y lo peor: nadie lo dice.
Todos fingen que está bien. Que crecer es bonito, que madurar es ganar claridad.
Mentira.
Madurar es ver cómo mueren partes de ti y tener que aplaudirlo.
Es enterrar versiones tuyas sin velorio.
Es aprender a sonreír con el rostro roto.
El tiempo no te enseña nada útil.
Te vuelve más frío, más desconfiado, más cínico.
Aprendes a amar con miedo, a dormir con ansiedad, a mirar el futuro como quien ve un pozo.
¿Y para qué?
Para envejecer rodeado de fotos que ya no significan nada.
Para aferrarte a recuerdos que duelen más que consuelan.
Para decir que “viviste” cuando en realidad te arrastraste.
El tiempo es una burla disfrazada de lección.
Y la vida, una celda con la puerta abierta… pero sin salida.
Una conclusión tan áspera como el resto, sin redención ni consuelo barato jummm solo el eco de alguien que mira el abismo y decide nombrarlo:
Quizá lo más honesto que uno puede hacer es dejar de fingir que todo tiene sentido.
Aceptar que hay días donde el alma no responde, donde la vida pesa más que el cuerpo, y que no siempre hay salida.
Que a veces no se trata de ser fuerte, sino de no romperte del todo.
Que seguir adelante no es valentía, es inercia.
Al final, todos vamos cayendo en silencio.
Nadie avisa el momento exacto en que algo dentro se apaga.
Solo lo sabes cuando ya es tarde. Cuando lo que amabas ya no importa. Cuando ya no esperas nada, pero sigues respirando igual.
Y entonces entiendes:
no era miedo, no era tristeza. Era el tiempo, masticando lentamente todo lo que te hacía humano.
Y tú, aceptándolo. Porque eso es lo que se espera.
El resto… es solo ruido.
El resto… es aguantar.
Hasta que ya no importe.
Hasta que incluso el dolor se canse de ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario