Powered By Blogger

viernes, 25 de abril de 2025

Snifea

Siempre mi frágil memoria, pero hay un instante que permanece impreso con una nitidez inolvidable: aquel día en que, con voz serena por el hastío, me dijiste: “ya déjame, déjame ir, por favor”. Recuerdo haberte preguntado si realmente eso era lo que deseabas. No lo hice una sola vez, ni dos; fueron tres ocasiones en las que aún aferrado a ti, buscaba una fisura en tu convicción. Pero tu respuesta fue inmutable: querías que me alejara, que me desvaneciera de tu vida, que te dejara en paz.

Insistí, aún incrédulo, y reafirmaste lo dicho con una serenidad: sí, eso querías. Me confiaste, sin rodeos, que estabas exhausta, saturada, vacía de nosotros. Y fue entonces cuando tu discurso comenzó a mutar; hablaste de soltar como un acto supremo de amor, de que liberarte era también una forma de querer. Dijiste que si te dejaba ir, el olvido haría su trabajo, y que pronto te convertirías en un recuerdo difuso. Pero eso nunca ocurrió.

Fui culpable de tus heridas, lo sé. Y tú, con precisión quirúrgica, me lo recordabas, como si en ello encontraras una suerte de consuelo. Nunca supe si lo hacías para liberar tu dolor o para mantenerme atado a él. Pero lo cierto es que jamás me fue indiferente.

Mis palabras carecen de doble intención. Si incomoda que te diga lo que siento, que ese sentimiento permanece intacto a pesar del tiempo y la distancia, sólo puedo suplicarte perdón una vez más. Y si algo he de lamentar eternamente, es que incluso separados, nuestras almas sigan enredadas en los mismos desencuentros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario