como se pierde el alma en un ocaso de opio,
donde cada pestañeo era un suspiro del abismo
y cada mirada, un naufragio lento entre perfumes marchitos.
Eran pozos sagrados de melancolía púrpura,
dos espejos donde danzaba mi tedio infinito,
cálidos y crueles como el vino de los días tristes,
donde la belleza se pudre con elegancia y silencio.
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